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La relación entre el cerebro y nuestro aparato digestivo es conocida desde hace mucho tiempo. Nuestro tracto digestivo esta conectado con el cerebro a través de señales neuronales, hormonales e inmunológicas.

El intestino recibe información del cerebro y el cerebro recibe mensajes del intestino. Un ejemplo sería la señal de «saciedad» que recibe nuestro cerebro luego de haber comido suficiente.

El aparato digestivo es un gran pilar en el control del apetito y lo hace conjuntamente con el cerebro. De manera mecánica, durante la masticación y salivación, comienza la digestión y se envía información al cerebro de la existencia de alimento en la boca.

De la misma manera, la distensión gástrica envía vía nerviosa la misma sensación que la masticación.  Esta regulación de hambre y saciedad se da a nivel cerebral, más precisamente en el hipotálamo, donde se encuentra el centro de la saciedad y el centro del hambre.

La flora intestinal

Otro punto interesante es que el aparato digestivo alberga un ecosistema propio, la flora intestinal, un conjunto de bacterias alojadas en el intestino y que intervienen en su normal funcionamiento. Se han identificado especies diferentes con diversas funciones, como protección frente a bacterias perjudiciales o patógenas, participación en la absorción de nutrientes, síntesis de vitaminas, etcétera.

Cuando se altera el equilibrio de la flora intestinal, se favorece la colonización del intestino con microorganismos patógenos que pueden provocar enfermedades. Una influencia de estas bacterias se produciría a través del sistema inmune, generando sustancias que viajan por la sangre y provocan una respuesta en el sistema nervioso.

Cuando  se produce una alteración digestiva hay una respuesta inmune que inflama el intestino  y eso muchas veces produce cambios en el estado de ánimo. Una disfunción de este eje cerebrointestinal se ha asociado con la patogénesis de algunas enfermedades. Podría entonces el tracto digestivo representar una zona vulnerable a través del cual los microorganismos influirían en la fisiopatología de alteraciones cerebrales.

Existen diversos estudios que demuestran que los alimentos consumidos pueden alterar la composición y los productos de la flora intestinal. Dicho efecto puede ser tanto positivo como negativo según el tipo de alimentación que se lleve a cabo.

Este conocimiento abre la posibilidad de utilizar a la nutrición como una estrategia viable para influir positivamente en la salud mental.

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